jueves, 16 de julio de 2009

Carta abierta a Callejeros

La gente habla. Y mucho. Algunos me narran el guión. Dicen, que tiraréis mi currículum sin apenas haceros preguntas. Yo me niego, me arraigo al vaivén del azar y el compromiso, voy a intentar crear, dibujar, insistir, por una oportunidad.

Hola compañeros, mi nombre es Javier Robles y quiero trabajar en Callejeros.

Para ello, he estado varios meses trabajando en la elaboración de un reportaje que os presento y el cual me ha llevado a vivir mil y una aventuras y mil y un obstáculos: Villaverde Bajo.

Respecto a mí, tengo 25 años, licenciado en periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Y ahora quiero volver a mi idiosincrasia, mi hábitat común, del que supe ganar y perder, pero siempre, luchar y combatir, la calle.

Siempre tuve claro que acabaría escribiendo esta carta:

Empecé a hacer el periodismo social, como experiencia, a los 9 años, cuando en la Usera de los 90, los niños empezaron a hacerse hombres. El humo del tabaco empezaba a educar sus pulmones y las espadillas del aceite, eran un mero divertimento infantil, vacío de responsabilidad.

Los mayores, esos chicos que vestían Nike, cuando los niños no vestían Nike, apuraban el periodo post-imberbe, y se movían de una manera variopinta, mientras asustaban a mi abuela, quien les llamaba 'chorizos'.
Ahora, aún no encajo que muchos de mis amigos de la infancia, los que están y los que se han ido, se sientan allí, a fardar y enzarpar. Ahora, lamentablemente abuelas como la mía, les dirán a sus nietos, que cuidado con los ‘yonkis’.

De adolescente, creía aprender mucho, pero no me sirvió de mucho. Crecía y crecía, al son de bulerías, ritmos que marcaban la cadencia de nuestros latidos por aquel entonces. Sin ningún exceso vivía atrapado por mi entorno, miércoles, jueves, sábado y domingo, dormíamos de día. La droga era una constante. Yo era el oasis en el desierto, el chico firme, la sana excepción, el antidroga, pero rodeado de la semántica más primitiva. Pese a mi entorno nocivo, siempre le hice caso a mi abuela, puedo decir hoy, ya hombre, que siempre fui fiel a mi personalidad.

A los 14 años cambié mi periferia, por la de al lado y en torno al banco del Madrid de barrio periférico más puro, allí matábamos las tardes y las noches ingentes pandillas de la multietnia, que presumían de peripecias último modelo. De la más leve, 'llenos' en la gasolinera o espejos M3 'ostilaos', a más graves, puñaladas, robos de móviles, relojes, zapatillas y asuntos más turbios. El trapicheo y el menudeo eran una constumbre baladí, sin importancia. Las armas, también.

La muerte sacudió al barrio, en la figura de, Manu, que murió desangrado en las manos de mi primo y fue apuñalado por unos de esos enigmáticos dominicanos que siempre iban en pandilla y a cuyos “herederos”, entrevisto en este reportaje que adjunto.
Ahí fui entrevistado, por entre tantos periodistas, en "nuestro banco" donde "parábamos", por Jalis de la Serna y un compañero, que se acreditó como periodista del Qué, sin yo parar de buscar la cámara oculta. Aprecié su valor, ya que vino de noche y tras una de las revueltas, supo sacar a mis amigos, bastante más de lo que querían decir.
Aún dudo si Jalis era realmente periodista del Qué en aquel momento.

La prensa trató el tema con una superficialidad de pavor. Se habló de bandas, de racismo. Todo aquello que insinuó la prensa era un bochornoso espectáculo tratado desde la más íntegra indiferencia, sinónima en aquel caso de ignorancia.

Estuve en las revueltas que se armaron, vi como le robaron la moto a un dominicano a patadas, vi como un amigo perdía los papeles, y pegaba a un periodista latino con una rabia que no le conocía, a 1 metro de mí, abriéndole la cabeza. Vi como las piedras llovían sobre las chabolas ya derribadas donde vivían inmigrantes inocentes, que salían corriendo despavoridos. Vi como la juventud encolerizada, buscaba una identidad, discutía a los valores adultos. Como tantas cosas, lo vi, pero nunca pude contarlo.

Entonces, tenía 17 años y escribí a Antena 3, a Telecinco, quería hacer un reportaje, sobre el mundo en el que vivía, tenía bastantes amigos que no sabían ni escribir, y yo quería hacerle ver al otro mundo que aquello no era ignorancia ni incultura, sino una sociedad autocomplaciente, que vivía al margen por despecho y así se sentía ajena a normas. Que la fractura existe.
Me contestó una tal Sandra Mir, de El Mundo TV y quedé con ella en la calle Pradillo. Yo era menor de edad por lo que llamé a mi primo y a un amigo.

Pactamos bajar a El Salobral, o a Las Barranquillas, como tantas otras veces, y entrar a una chabola para grabar como era de fácil conseguir droga en las chabolas. Entonces no existíais vosotros y la moda radicaba en la cámara oculta. El día D, me dejaron tirado para que fueran ellos los que cobraran 500 euros que le habían sacado a la reportera y su equipo, por el acto. A mí no me importó, nunca fui buscando oro.

Luego vinieron los coches, los accidentes de amigos, las carreras, vino el mundo adulto de la eterna juventud, del que salí, muy escarmentado.

En aquella época, por las mañanas acudía a la Universidad y por las tardes iba con chavales rumanos, búlgaros, armenios, de acciones inocentes cual recién llegado, al Parquesur y veía como su vileza, que partía de cero iba in crescendo y retroalimentándose en aquel grupo. Esto es lo que quiero transmitir en mis reportajes. El porqué de ese cambio.

Pasaron de robar, temblando de miedo y presión, un destornillador que necesitaba un amigo en el Leroy Merlín a pasados 2 años, dormir inmigrantes peruanos de madrugada en el barrio. Por entonces, todo en mi vida giraba en torno a un contraste de hipérbole.

En la universidad, noté el cambio de ambiente, los compañeros no usaban mi jerga, ni pelos rapados, ni pendientes. Ni siquiera conducían, cuando ya eramos veteranos en el trompo. Con 18 años, dejé de ir a la universidad y me puse a trabajar durante medio año, en el taller de afilados industriales de mi tío, donde cargábamos desde cuchillas de dos metros a pelo, a lo más divertido repartir a cientos de kilómetros vista.

Pero supe sobrevivir a la "comodidad", (era una vida autocomplaciente) y volví a la URJC. En la universidad conocí a Kapuscinski, cada una de sus letras y melodías, su gallardía, pureza, su espíritu libre. Conocí nuevos amigos y maduré a peso de yunque. En la universidad, Ferreras me ofreció una patera perdida en la Sexta, donde el día de la entrevista, para estar desconectado, fui a ver a un amigo y estuve con él todo el día en la sierra hasta las 7 que me habían citado.

Me preguntaron sobre las noticias del día, y pese a que leo y veo sin parar, ese día pequé, y tuve que decir las del día anterior, que remedio. No me cogieron, claro, pero en la llamada me dijeron que me volverían a llamar si lo de internet progresaba. Pero todo aquello era papel mojado.

Yo llamé a un amigo, porque no confiaba en una segunda llamada, y en tres días hicimos un diseño web que les presentamos, les gustó, y así fue como pasé a formar parte de un proyecto que había nacido apenas meses, lasextanoticias.com. Cundo decidí irme, bajé a vuestra antigua redacción en Mediapro, y hablé con David Moreno, pero en aquel momento era díficil la entrada. Un día que no había nadie, os deje varios postics escritos, pegados junto a la pantalla de un ordenador.


Tras el éxodo, intenté rehacerme, siempre consciente de que el gran periodista, va ligado a viscerales experiencias. El que sabe buscar en cada rostro una pregunta, en cada mirada una respuesta y en cada gesto una explicación.

Y tomé un "paréntesis" de dos años con la calle, en los que no paré de trabajar. De día a noche. Tenía una idea, quería montar mi propio Facebook deportivo y crear el periódico en todos los idiomas, donde pudiera empezar a contar algo. Fue un reto duro, ya que mis conocimientos en lenguajes informáticos eran ausentes, así que tuve que aprender como un peón de albañil que sin maestro emprende la utopía de construir un edificio de 3 plantas, se me cayó el tejado un par de veces, pero al fin quedó en pié. Cumplí, terminando mis obras. Vavel.es y Vavel.com

Y echando la mirada atrás, podría resumir todo mi instinto, en la mera vocación sin límite de un periodista que nacía desde niño, que me empujaba a estar allí donde el protagonismo daba cita.

Doy fe, de que si deciden escuchar a este soldado, encontrarán a un fiel guerrero entregado a vuestra causa, orgulloso de poder seguir transmitiendo esa semilla que ustedes un día supieron regar con esmero.

Ahora, sólo quiero trabajar en Callejeros, tener un pincel para pintar.
Quiero ser, un mecenas de la ignominia.

lunes, 13 de julio de 2009

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