martes, 5 de octubre de 2010
Un mundo pobre
Un mundo donde el alcohol fuera agua bendita y la vida algarabía. Donde las jeringuillas sólo inyectaran caricias, amor y pocos llantos. Donde todos fuéramos poetas y a la vez huéspedes. Igual de pobres, igual de ignorantes, igual de sabios. Que el hambre fuera ilustre, y esa gula, un inquieto menester.
Donde Dalí fuera un loco ambicioso y Lorca un amanerado comprendido. Donde el artista se sepa emocionado, pero nunca emocionante. Que las residencias de estudiantes, explotaran con pericia y cultura. Que en los botellones solo bebieran sabiduría.
Donde todos pudiéramos mirar a nuestra familia y decirles, sois mi vida. Donde ninguno tuviéramos amigos que nunca volaron contigo. Un mundo sin extranjeros, porque todos partimos de la misma avenida, donde las religiones quedasen marginadas en aquella jaleada esquina. Un orbe donde la violencia yaciera bajo su sepultura. Donde la belleza fuera una hipnotizante melodía. Un mundo tan grande que hiciera a un ego tan pequeño. Que la injusticia fuera un aplauso al mediocre, que la apariencia fuera una guadaña sin paciencia.
Una tierra vestida por un jardín donde lluevan las sonrisas y bailen las encinas. Donde sus hojas muestren verdades y sus raíces oculten con ellas las mentiras.
Un mundo donde no exista el vetusto elixir de la política, esa insaciable, irreprimible tentación. Un mundo, donde sólo existiera esta oronda película. Un mundo igual de pobre, pero en otras cosas tan rico. Zurdido cachito a cachito. Recorrido, pasito a pasito.
Nosotros lo hemos creado. Ahora señores sigan disfrutando de su vida.
Y no olviden gastar su oro, ese socorro inocuo por el que han sacrificado sus días, de manera oportuna... aunque eso nunca lo olvidarán. Siempre vivieron por él.
Un mundo de locos, donde el que se cree cuerdo a veces grita al silencio más rotundo.
Javier Robles
Un joven que aún sueña.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Cantabria rural
viernes, 13 de noviembre de 2009
Reflexiones sin labor
Pasan las horas, minutos y segundos, días que despido con la duda de un por qué.
Y creyendo cada día, a la espera de una llamada que no da cita, llegar al final del camino; corriendo raudo sobre su actual anarquía y dirección, entiendo que contando hojas fallidas de otoño, silbándole, a la estela de un ciprés, que me obliga a la sombra del artesano, puedo caer en la mentira.
Que la resignación es un desamparo del espíritu, un refugio de pobre porvenir.
Que quién comprenda su presente, magna obra tendrá ganada, que será un ingeniero de futuro, mecenas de pasado y salvado de pecado.
Pensar y pensar que la casa cede por el tejado y que la poesía, hoy día, sólo se escribe en casa del vecino. Que para tí de momento la tinta queda vetada. Que la manzana a la que llega tu altura, queda a 10 cm, barrera infranqueable.
Mañana, tras el dulce sabor de que miles hayan visto Villaverde, y el amargo de la ausencia y soledad en esta labor, viajaré al Santander que grabé hace poco.
A enseñaros sus entrañas y reliquias.
Volveré a ensuciar, hasta el vertedero, mi vetusto mono de trabajo.
¡Quiero Trabajar en Callejeros!
jueves, 5 de noviembre de 2009
Un barrio cualquiera de una ciudad española cualquiera del siglo XXI: Villaverde Bajo
miércoles, 4 de noviembre de 2009
CV
Reportaje Cantabria Rural
jueves, 16 de julio de 2009
Carta abierta a Callejeros
Hola compañeros, mi nombre es Javier Robles y quiero trabajar en Callejeros.
Respecto a mí, tengo 25 años, licenciado en periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Y ahora quiero volver a mi idiosincrasia, mi hábitat común, del que supe ganar y perder, pero siempre, luchar y combatir, la calle.
Siempre tuve claro que acabaría escribiendo esta carta:
Empecé a hacer el periodismo social, como experiencia, a los 9 años, cuando en la Usera de los 90, los niños empezaron a hacerse hombres. El humo del tabaco empezaba a educar sus pulmones y las espadillas del aceite, eran un mero divertimento infantil, vacío de responsabilidad.
Los mayores, esos chicos que vestían Nike, cuando los niños no vestían Nike, apuraban el periodo post-imberbe, y se movían de una manera variopinta, mientras asustaban a mi abuela, quien les llamaba 'chorizos'.
De adolescente, creía aprender mucho, pero no me sirvió de mucho. Crecía y crecía, al son de bulerías, ritmos que marcaban la cadencia de nuestros latidos por aquel entonces. Sin ningún exceso vivía atrapado por mi entorno, miércoles, jueves, sábado y domingo, dormíamos de día. La droga era una constante. Yo era el oasis en el desierto, el chico firme, la sana excepción, el antidroga, pero rodeado de la semántica más primitiva. Pese a mi entorno nocivo, siempre le hice caso a mi abuela, puedo decir hoy, ya hombre, que siempre fui fiel a mi personalidad.
A los 14 años cambié mi periferia, por la de al lado y en torno al banco del Madrid de barrio periférico más puro, allí matábamos las tardes y las noches ingentes pandillas de la multietnia, que presumían de peripecias último modelo. De la más leve, 'llenos' en la gasolinera o espejos M3 'ostilaos', a más graves, puñaladas, robos de móviles, relojes, zapatillas y asuntos más turbios. El trapicheo y el menudeo eran una constumbre baladí, sin importancia. Las armas, también.
La muerte sacudió al barrio, en la figura de, Manu, que murió desangrado en las manos de mi primo y fue apuñalado por unos de esos enigmáticos dominicanos que siempre iban en pandilla y a cuyos “herederos”, entrevisto en este reportaje que adjunto.
Me contestó una tal Sandra Mir, de El Mundo TV y quedé con ella en la calle Pradillo. Yo era menor de edad por lo que llamé a mi primo y a un amigo.
Pactamos bajar a El Salobral, o a Las Barranquillas, como tantas otras veces, y entrar a una chabola para grabar como era de fácil conseguir droga en las chabolas. Entonces no existíais vosotros y la moda radicaba en la cámara oculta. El día D, me dejaron tirado para que fueran ellos los que cobraran 500 euros que le habían sacado a la reportera y su equipo, por el acto. A mí no me importó, nunca fui buscando oro.
En la universidad, noté el cambio de ambiente, los compañeros no usaban mi jerga, ni pelos rapados, ni pendientes. Ni siquiera conducían, cuando ya eramos veteranos en el trompo. Con 18 años, dejé de ir a la universidad y me puse a trabajar durante medio año, en el taller de afilados industriales de mi tío, donde cargábamos desde cuchillas de dos metros a pelo, a lo más divertido repartir a cientos de kilómetros vista.
Me preguntaron sobre las noticias del día, y pese a que leo y veo sin parar, ese día pequé, y tuve que decir las del día anterior, que remedio. No me cogieron, claro, pero en la llamada me dijeron que me volverían a llamar si lo de internet progresaba. Pero todo aquello era papel mojado.
Tras el éxodo, intenté rehacerme, siempre consciente de que el gran periodista, va ligado a viscerales experiencias. El que sabe buscar en cada rostro una pregunta, en cada mirada una respuesta y en cada gesto una explicación.
Y tomé un "paréntesis" de dos años con la calle, en los que no paré de trabajar. De día a noche. Tenía una idea, quería montar mi propio Facebook deportivo y crear el periódico en todos los idiomas, donde pudiera empezar a contar algo. Fue un reto duro, ya que mis conocimientos en lenguajes informáticos eran ausentes, así que tuve que aprender como un peón de albañil que sin maestro emprende la utopía de construir un edificio de 3 plantas, se me cayó el tejado un par de veces, pero al fin quedó en pié. Cumplí, terminando mis obras. Vavel.es y Vavel.com
Y echando la mirada atrás, podría resumir todo mi instinto, en la mera vocación sin límite de un periodista que nacía desde niño, que me empujaba a estar allí donde el protagonismo daba cita.
Doy fe, de que si deciden escuchar a este soldado, encontrarán a un fiel guerrero entregado a vuestra causa, orgulloso de poder seguir transmitiendo esa semilla que ustedes un día supieron regar con esmero.
Ahora, sólo quiero trabajar en Callejeros, tener un pincel para pintar.
Quiero ser, un mecenas de la ignominia.